jueves, 6 de febrero de 2014

Relato policíaco

Bueno, este es un relato policíaco que he escrito para un concurso. Se aceptan críticas constructivas,¡no destructivas! Dicho esto, espero que os guste ;)

Recuerdo a la perfección el momento de mi muerte. Me encontraba en una de esas salas de interrogatorios que salen en todas las películas, y delante mío estaba un inspector de policía que minutos más tarde me vería morir. Era bajo y calvo, de unos cincuenta años, con aspecto de cansado. Entonces se abrió la puerta, y entró, con un videocámara en la mano, un chico bastante joven, alto y desgarbado, con cara de nerviosismo. El policía dijo:

 -Bien, Martín, esta es la señorita Prior. Señorita Prior, este es Martín, un técnico que grabará su interrogatorio, para que nosotros los podamos analizar más tarde. ¿Le parece bien?

 Asentí con la cabeza, y miré al tal Martín, que estaba colocando con torpeza la cámara en un trípode. De nuevo, el inspector tomó la palabra, y me preguntó:

 -Entonces, afirma usted que sabe quien asesinó su compañera de trabajo, Elísabet Cuevas. ¿Es eso cierto? ¿Cómo lo ha averiguado? ¿Quién es el asesino?

 Tragué saliva y contesté:

 -Sí, sé exactamente quien mató a Elisabet, y porque. Lo supe ya que seguí pistas que ustedes habían pasado desapercibidas, y por unas cartas que encontré en su escritorio. Y el asesino es...

 De repente se oyó un estridente sonido, como un disparo, y noté un doloroso pinchazo en la cabeza. Solo tuve tiempo de mirar los rostros de asombro y terror del inspector y de Martín antes de que todo se volviera negro. Unos instantes después me desperté. Había un montón de gente a mi alrededor, y llevaban guantes de cirujano. Estaban rodeándome. En una esquina puede ver al inspector que me había interrogado antes hablando con un grupo de personas, y a Martín algo apartado, con cara de susto.

 - Creemos que la bala ha entrado por los conductos de ventilación... es lo único que se me ocurre...- contaba el inspector con cara de preocupación a esa gente.

 Me incorporé para decirles que me encontraba bien, que no era necesario tanto barullo, pero al hacerlo noté una sensación muy extraña, como de desprenderme de algo... o de alguien. Más exactamente de mi cuerpo. Creo que casi me da un algo al ver como mi cadáver, con un desagradable agujero de bala en la frente, se quedaba tirado en el suelo mientras que yo me ponía en pie ligeramente, como si solo pesase un par de kilos. Solté un grito ahogado, pero no fui la única. Martín también lo había hecho, y me estaba mirando fijamente. No a mi cuerpo, que seguía despatarrado en el suelo, sino a mí, a mi... ectoplasma, por llamarlo de algún modo. Por alguna extraña razón que no lograba comprender, me podía ver. Raro rarísimo. Pero al mismo tiempo, una oportunidad única. Había muerto, y justo me encontraba con una persona que me podía ver. Menos mal, porque si no tendría que haber salido en busca de un médium, de estos que dan tan mala espina. Creo que, dejando aparte el tema de mi muerte, ese era mi día de suerte.

 Comprendí rápidamente que las únicas personas que sabíamos que Martín no estaba mirando al vacío éramos él y yo, así que rápidamente me lleve el dedo índice a los labios, suplicándole que guardara silencio. Creo que lo entendió, porque inmediatamente dejó de mirarme, y explicó con nerviosismo a la gente de la sala, que lo contemplaba extrañada:

 - Perdón, es solo que... Bueno, yo... Creo que necesito ir a tomar el aire un momento.

 El inspector asintió con la mirada ausente.

 -Sí, sí, claro. Pero ten cuidado, chico. El asesino podría seguir por allí.

 Martín abandonó al instante la sala, y yo lo seguí, ansiosa. Caminó si mirarme apenas, hasta que estuvimos fuera de la comisaría. Entonces se giró y me espetó en un susurro nervioso:

 - ¿Se puede saber por qué sigues aquí? ¿Por qué no te has ido por el maldito túnel de luz, o lo que sea que haya después de esta vida? ¡¿Cuál es tu asunto pendiente?!

 Estuve a punto de acribillarle a preguntas como acababa de hacer él conmigo, de porque podía verme, y temas similares, pero me urgían más otras cosas.

 - Sé quien es mi asesino, porque es el mismo que el de Elísabet. Fue su ex-marido, Valentín. Descubrí que le mandaba cartas con amenazas a Eli, pero no se lo dije a nadie, porque ella siempre lo había mantenido en secreto, y no me hubieran creído. Pero ahora que lo sabes tienes que volver dentro, y decírselo a todos, antes de que Valentín decida matarte a ti también. No sé si te habrás dado cuenta, pero, muerto más, muerto menos, poco le importa. Es un psicópata.

 El pobre Martín, que parecía a punto de desmayarse, carraspeó con inseguridad y me indicó algo en lo que yo no había pensado:

 - Todo esto está muy bien, pero... No puedo entrar ahí dentro, como si nada, y soltar "¡Eh! La muerta de antes acaba de contarme quién es el asesino". Probablemente acabaría en un manicomio. Necesitamos pruebas, pero primero cuéntame como sabes que ha sido ese Valentín.

 - Vale. Pero no me llames “la muerta”, que tengo nombre ¿sabes? Olivia, pero prefiero Vía. Y segundo, los de la policía son unos incompetentes

 Me armé de paciencia, y me dispuse a contarle todas mis averiguaciones. Para empezar, la policía se había confundido con el escenario del crimen, ya que no era en el callejón donde habían encontrado los restos de mi amiga Eli, sino su piso. Allí, cuando entré con las llaves que tenía "por si acaso", y gracias a mis estudios de medicina, descubrí las manchas de sangre. Pero claro, estúpida de mí, no conté nada porque me apetecía jugar a “Polis y Cacos”, así que me dediqué a inspeccionar el piso de mi compañera minuciosamente, hasta hallar las cartas de amenaza de las ya he hablado antes. Por lo visto, antes de divorciarse, Valentín maltrataba a Elísabet, y ahora quería volver con ella. Las primeras contenían frases del estilo "dame una segunda oportunidad" o "pero si yo te quiero", pero las últimas eran amenazas puras y duras. Según mis deducciones, Valentín se había hartado, y había decidido cumplir sus amenazas. Todo esto no eran pruebas irrefutables, pero, gracias a mi habitual torpeza, tiré un jarrón colocado muy aparatosamente. Debajo de él había una huella dactilar de sangre seca, que a Valentín se le habría pasado desapercibida en su limpieza. No podía estar segura de que fuera suya, claro, pero habría puesto mi mano en el fuego a que sí lo era. Hasta ese momento todo me iba relativamente bien, pero como todos dicen, el asesino siempre regresa a la escena del crimen, y Valentín no era la excepción. Aunque nunca lo había visto, al cruzármelo por las escaleras de rellano supe que era él, y como una tonta, eché a correr. Como no, me persiguió calle abajo, pero yo avanzaba a toda velocidad, y conseguí coger un taxi antes de que me alcanzase. Llegué a mi casa y comencé a darle vueltas, y concluí que debía contárselo a la policía, así que fui al día siguiente. Lo demás os lo podéis imaginar solitos ¿no?

 Bueno, la cara de Martín era de lo que no hay. Ojos muy abiertos, tez pálida y asustada. Parecía más muerto que yo, el pobre chaval. Como no decía nada, volví a hablar:

 -Creo que tendremos que ir a por las pruebas ¿o piensas quedarte así todo el día?

 Y una hora más tarde, estábamos en mi apartamento, rebuscando entre mis cajones. Martín, que había resultado ser una caja de sorpresas, se había hecho pasar por mi hermano para que Mercedes, la portera, le abriese mi piso. Todo un actor, por cierto.

 - Vale Vía, creo que ya los tengo- susurró con nerviosismo, sacando las cartas de un sobre-, pero ¿y la huella dactilar qué?

 Ante eso, no pude evitar sonreír con suficiencia. De pequeña había aprendido algunos truquitos interesantes, como que la cina adhesiva es una de las cosas más útiles del mundo. Así que había despegado la mayor parte de la huella con un trocito de cinta transparente, y la había pegado en un posavasos que rondaba por mi bolso. Chapucero, pero me valía.

 -En el tercer cajón, al fondo.

 Martín rebuscó, y sacó el posavasos, triunfante. Pero de pronto se escuchó un ruido en la puerta que nos sobresaltó a ambos. Parecía que estuviesen forzando la cerradura. Mientras me acercaba, cautelosa, vi por el rabillo del ojo como Martín guardaba rápidamente las cartas y la huella en un bolsillo interior de su abrigo, luego cogía un puntiagudo paraguas de mi escritorio y lo alzaba, dispuesto a estampárselo en la cabeza a quien estaba a punto de entrar. Con un suave crujido, la puerta se abrió, y entonces lo vi. A mi asesino. A Valentín. Nadie dijo ni una sola palabra. Martín y Valentín se miraron durante unos segundos, y acto seguido, se abalanzaron el uno sobre el otro. Valentín se defendía únicamente con sus puños de los paraguazos le daba Martín. La pelea continuó durante unos instantes, hasta que se escucharon las sirenas de la policía. Entonces, Valentín dio media vuelta, y corrió escaleras abajo. Me interpuse entre él y la puerta, pero me atravesó como sino existiera. No puede evitar gritar:

 -¡Corre!

 Martín ya había lanzado tras él, pero cuando los dos llegamos abajo, ya estaba allí la policía y mi asesino, esposado y maldiciendo por lo bajo. Martín y yo nos miramos, cuando de pronto noté un no-sé-que de que ya podía irme. Al más allá, o como lo queráis llamar. Era una sensación muy similar a la que notas cuando está a punto de despegar el avión, y te da un tirón en el estómago. Miré a Martín con una sonrisa:

 -Supongo que tenías razón. Este era mi asunto pendiente…- dije, despidiéndome con la mano. Él repitió mi gesto, aunque más discretamente, pues no era cuestión que lo tomasen por loco por saludarle al aire- Gracias por todo. Adiós.

 - Adiós, Vía- susurró muy bajito-, ha sido un placer conocerte.

 Y me marché flotando, porque así me sentía. Flotante. No sé que les contó Martín, ni que historia se inventó. Pero un pajarito me ha dicho que le entregaron un premio, y que Valentín acabó en prisión por doble homicidio y allanamiento de morada. Y, honestamente, teniendo en cuenta que era el día de mi muerte, resultó ser una jornada bastante productiva ¿no creéis?

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